sábado, 29 de junio de 2013

NUEVO DÍA MUNDIAL DEL SUEÑO FELIZ: EL ORIGEN DE ESTIVILL

De nuevo es el Día Mundial del Sueño Feliz y, como no, desde Reeducando a Mamá quiero unirme por completo a esta iniciativa que tiene como objetivo denunciar la manipulación mediática a la que nos someten algunos profesionales (que todos conocemos y que ya estoy harta de nombrar), así como promocionar e informar sobre el trabajo y la investigación de esos otros que, desde las más diversas disciplinas, nos enseñan que nuestros hijos quieren dormir con nosotros no porque estén enfermos, sino porque es un deseo primal profundo, producto de miles de años de evolución como mamíferos y primates. 

Somos seres humanos y, como tales, hemos desarrollado culturas ricas y complicadas como ningún otro animal antes. Todos nos adaptamos en mayor o menos medida a vivir en ellas, casi siempre pagando un precio porque esta adaptación nunca está totalmente en armonía con nuestras necesidades más básicas y primitivas. Pero a cambio también obtenemos enormes beneficios, que duda cabe, sino no lo haríamos ¿Verdad?

Pero una cultura no es una entidad estática y universal impuesta desde los dioses del Olympo. No es el ser humano el que pertenece a la cultura, sino la cultura la que pertenece al ser humano. Al menos eso quiero creer yo. Por eso es imprescindible que nunca perdamos la perspectiva. Gran parte de nuestro comportamiento está dirigido por determinantes culturales. Esto significa que, si no nos hace felices, si nos enferma o nos produce dolor, podemos cambiarlo tranquilamente, porque no es una ley universal que existe para toda la humanidad por la "Gracia de Dios". No. Son normas que aparecieron en unos momentos determinados, por unas causas determinadas, muchas veces desaparecidas hace cientos de años, a pesar de lo cual el comportamiento se mantiene por pura inercia. Pero eso no significa que todavía sea necesario para la supervivencia o el bienestar de las personas. A veces es todo lo contrario: son comportamientos que sólo producen dolor, malestar y enfermedad. Pero ahí siguen y ahí seguirán si nadie los cuestiona. 

Prof James McKenna
El día que una revisión publicada en el año 2007 por el antropólogo James McKenna  llegó a mis manos se me abrieron los ojos porque, por fin, vi una explicación al porqué del sinsentido de la pediatría del sueño occidental (McKenna et al, 2007). Hasta ese momento no acababa de entender como tantos investigadores y tan importantes consideraban una enfermedad el deseo de los bebés de dormir con sus padres, y  la capacidad de dormirse y dormir durante toda la noche en solitario un requisito indispensable para un desarrollo saludable. 

McKenna me dió la respuesta: la investigación sobre el sueño infantil había nacido en la primera mitad del siglo pasado y en la cultura occidental. ¿Y como dormían los bebés y niños a mediados del siglo pasado en la cultura occidental? Recordemos, eran los tiempos del auge del conductismo y de la tecnología de las leches "maternizadas". Los valores imperantes en la crianza se podrían resumir como individualidad, independencia, obediencia y autocontrol:

"Nunca los abraces ni los beses, nunca les permitas sentarse en tu regazo. Si te sientes obligado, bésalos en la frente para dar las buenas noches. Dales la mano para darles los buenos días. Dales una palmada en la cabeza si han hecho extraordinariamente bien un trabajo o algo muy difícil" John Watson (1878-1958)

John Watson. Foto originaria de los archivos de la
Universidad de Johns Hopkins.
Estas palabras de John Watson, publicadas en 1928, son unas representantes perfectas de la crianza predominante en la época. ¿Cual fue la consecuencia? Que el bebé/niño que se tomó como modelo para definir lo que era sueño infantil saludable fue el que duerme en solitario, sin ningún contacto físico con su madre y que, además, es alimentado con biberón a unos horarios extraordinariamente rígidos. 

Pero en los últimos 30 años McKenna y otros profesionales nos están demostrado que este modelo es un simple artefacto cultural. La pediatría del sueño occidental había asentado sus bases en un modelo establecido culturalmente, sin razones ni científicas, ni fisiológicas. Las criaturas humanas no habían evolucionado para dormir así, sino de una manera totalmente diferente: en íntimo contacto con el cuerpo de su madre para mamar a demanda durante toda la noche, primero, y en compañía de sus cuidadores hasta convertirse en un ser lo suficientemente fuerte como para defenderse de las inclemencias ambientales, después. Los bebés y niños durmiendo en solitario sólo eran un producto de los determinantes culturales aparecidos en los últimos 200 años de la historia de la cultura occidental. De hecho, la gran mayoría de estos determinantes ya han desaparecido en la actualidad (Ver la tabla 3.1 del capitulo 3 del Debate Científico sobre la Realidad del Sueño Infantil).

Y esto es precisamente lo que quiero trasmitiros hoy, madres y padres del siglo XXI que, como yo, hemos experimentado este grave desajuste entre las necesidades de nuestros hijos a la hora de dormir y lo que la cultura nos empujaba a exigirles. Yo no soy quién para deciros como tenéis que dormir en vuestra familia: colechando o separados. Colechar ha sido nuestra solución, pero yo no puedo saber si es la vuestra. Sólo puedo ofreceros esta realidad para que, encontréis la solución que encontréis para vuestro sueño familiar, la tengáis muy en cuenta y NUNCA NUNCA NUNCA os puedan hacer creer que obligar a dormir a vuestro hijo en solitario es por su bien y porque le estáis curando de algo

Si vais a dejar a vuestro hijo llorando detrás de la puerta de su habitación, espero que al menos tengáis esto muy claro.

Os remito a este post del blog Tenemos Tetas en el que se reproduce una ponencia del antropólogo James McKenna. Os animo a leerla porque no tiene desperdicio 

miércoles, 12 de junio de 2013

¡ A LA TETA NO!


La primera vez que leí las palabras de un pediatra instando a no dormir a nuestros hijos al pecho - hasta el punto de que, si esto ocurría, recomendaba despertarlo antes de ponerlo en su cuna - fue en una revista para padres de la pluma del doctor Pin, coautor junto al doctor Estivill de un libro de pediatría lleno de "sentido común" que ya comenté en otra ocasión. Ya en ese momento, creo recordar que mi primer hijo sólo tenía unos meses, me pareció una recomendación bastante poco práctica - sino directamente absurda - sobretodo teniendo en cuenta que me pasaba el día y la noche con el inalcanzable objetivo de que mi bebe se durmiera un ratito para yo poder hacer algo diferente a estar sentada con él en brazos sin moverme. 

Se entiende que todavía no había descubierto el porteo, que no tenía ni idea de como eran realmente los bebes, que realmente creía que iba a utilizar la cuna y la habitación tan preciosa preparada con tanto cariño y que además el bebé estaría encantado con ello. O sea, que era una perfecta analfabeta maternal, a pesar de lo cual esas palabras del doctor Pin me sorprendieron bastante, ya que si había alguna posibilidad de que mi hijo se durmiera esa era, precisamente, al pecho. Sólo de pensar en que tendría que despertarlo antes de ponerlo en la cuna me sumergía en la más absoluta desesperación. Evidentemente, nunca llegué a seguir este consejo.

Desde entonces he tenido la oportunidad de leerlo y escucharlo en diferentes ocasiones y de la mano de los más diversos profesionales. Siempre me ha parecido una recomendación absurda y sin sentido y, a día de hoy, incluso me parece claramente peligrosa para el bienestar y la felicidad de la diada madre/bebé.  De todas formas, en la actualidad, gracias a todo lo que he aprendido escribiendo la revisión El Debate Científico sobre la Realidad del Sueño Infantil, ya puedo ponerla en contexto, lo que me ha ayudado a hacerme una idea más o menos de su origen y su finalidad. 

Y dado que algunos profesionales del mundo infantil consideran que en internet no somos rigurosos y no hablamos de ciencia, voy a explicaros precisamente este contexto en el que nació el susodicho consejo, para que podáis juzgar por vosotros mismos si es un consejo con unas bases suficientemente sólidas y que valga, o no, la pena seguir.

Podríamos decir que su origen está a mediados del siglo pasado, cuando apareció la tecnología necesaria para estudiar el sueño, tanto de los adultos como de los niños. Como en ese momento el sueño en solitario de los bebés ya estaba establecido como objetivo prioritario a conseguir (costumbre que, como ya sabréis, había comenzado en nuestra cultura sólo unos 200 años antes), toda la investigación se basó en el bebé que duerme separado del cuerpo de su madre, en una cuna, o del niño que duerme en su propia habitación (McKenna et al 2007). Quedó así bien afianzado en la literatura científica un modelo de "sueño saludable" en unas condiciones en las que nuestros hijos no se sentían a gusto y ante las cuales, por lo tanto, se revelaban llorando. Un problema que estos profesionales resolvieron rápidamente: el niño que a partir de los 6 meses todavía seguía llorando y protestando tenía una enfermedad llamada Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos (Moore, 2012; Kotagal & Chopra, 2012; Owen & Mindel, 2011; Meltzer, 2010; AASM, 2005;  Estivill, 2000). Evidentemente estos hábitos incorrectos los habíamos establecido nosotros, los padres, a base de dormir a nuestros hijos con los métodos de toda la vida, concretamente acunándolos en nuestros brazos y amamantándolos.  

Pero hagamos un poco de historia ya que estamos analizando los orígenes de esta prohibición de dormir a nuestros hijos a la teta:

Creo que el primer estudio valorando la influencia de lactancia materna para dormir a los niños debe ser este que he encontrado investigando para el proyecto El Debate Científico sobre la realidad del Sueño Infantil: ya en el año 1957 Moore y Ucko publicaron una valoración de la cantidad de despertares nocturnos y los problemas a la hora de irse a dormir de 160 niños durante el primer año de vida, y los relacionaron con factores como el comportamiento de los padres, factores socio-demográficos, estímulos externos, condiciones temporales o las circunstancias del nacimiento (Moore & Ucko, 1957). Evidentemente todos estos niños dormían en una cuna, y no se vio ningún efecto en el hecho de que esta cuna estuviera en la habitación de los padres o en su propia habitación. En el apartado donde estudiaban la influencia del comportamiento de los padres analizaron el efecto de la lactancia cuando se utilizaba para dormir al niño, observando que sólo un 13% de los bebés que no eran alimentados para dormirlos no conseguían dormir toda la noche (entre 12 y 5 de la mañana) a las 13 semanas de vida, mientras que entre los alimentados regularmente y  los alimentados ocasionalmente (para dormirlos, se entiende) un 32% y un 40% respectivamente no lo conseguía. Las diferencias no eran significativas y cuando consideraban los despertares nocturnos de toda la muestra durante el primer año conjuntamente los grupos no alimentado y alimentados regularmente se igualaban, mientras que el grupo de los alimentados ocasionalmente mantenía un porcentaje significativamente mayor de bebés que se despertaban crónicamente. Por lo tanto parece que en realidad era la inconsistencia de la respuesta de los padres lo que producía esta incapacidad para autoconsolarse a lo largo del primer año del vida, mas que si amamantaban o no al bebé para dormirlo. En cualquier caso este parece ser de los primeros trabajos, sino el primero, relacionando el hecho de dormir al niño al pecho con que no sea capaz de desarrollar lo que con el tiempo se llamaría  capacidad de autoconsuelo. 

La capacidad de autoconsuelo. Ese es el quid de la cuestión. El problema no es que el niño se despierte por la noche, algo absolutamente normal dada la arquitectura de su sueño, sino que al hacerlo reclame la presencia de sus cuidadores. Este simple acto - un comportamiento instintivo y saludable tal y como ya ha quedado demostrado en la actualidad - en la sociedad donde el sueño en solitario de los niños es la norma, es extremadamente problemático porque evita que los padres puedan descansar, ya que les hace pasar la noche levantándose para ir a consolar a su hijo. 

Durante toda la mitad del siglo XX hasta nuestros días han ido apareciendo estudios que demuestran como la intervención de los padres a la hora de dormir a los niños se relaciona con un sueño más "problemático". Ya en 1993 dos de los más importantes autores en la pediatría del sueño infantil, Sadeh y Anders, proponen un modelo transacional de la regulación sueño/vigilia, en el que las características intrínsecas del niño interaccionan con los factores ambientales para regular el ciclo sueño/vigilia (Sadeh & Andres 1993). Entre estos factores ambientales se encuentra el comportamiento de los padres a la hora de dormir al niño, de manera que cualquier intervención de los mismos en ese momento concreto se relaciona con un mayor número de despertares nocturnos (despertares en los que el niño reclama a sus padres, se entiende). Evidentemente, entre estos comportamientos se encuentra el de dormir al bebé al pecho (o dándole biberón). Ese mismo año Blampied y France (Blamplied & France, 1993) presentan también un modelo conductual de los desórdenes del sueño infantil en el que destacan el papel fundamental de los padres que con sus conductas inapropiadas propiciarán la aparición y el mantenimiento del desorden. Opinan que cada vez que la madre o el padre atiende el llanto de su hijo tras el despertar nocturno refuerza ese comportamiento, haciendo que el niño llore la siguiente vez que se vuelva a despertar para conseguir la misma atención. Esta situación se retroalimenta haciéndose interminable: el niño llora, los padres le atienden porque deja de llorar, el niño vuelve a llorar para que los padres le atiendan. 

Según estos autores: 
"Las investigaciones han demostrado que los niños con problemas del sueño se diferencian de los que tienen un sueño normal en que utilizan mecanismos de autoconsuelo menos frecuentemente y continúan dependiendo de la presencia de los padres para consolarse". 
Y ahora atención a lo que sigue. Son unas palabras extraordinariamente esclarecedoras que dejan al descubierto la falta de perspectiva global y la terrible ignorancia de estos autores respecto a una cuestión fundamental: las necesidades primales de nuestros bebés, su instinto primal. El comentario que reproduzco a continuación a mí me puso los pelos de punta, por las enormes implicaciones que tiene el hecho de que esté escrito en una publicación científica: 
"Estos comportamientos de auto-consuelo incluyen muñecos blandos, o chupar las sábanas o el dedo gordo.
Los mecanismos exactos mediante los cuales estas vías de autoconsuelo facilitan el sueño no han sido definidos. Actividades como "chupar" pueden evocar comportamientos de respuesta que facilitan el sueño, mientras que otros pueden estimular el inicio del sueño ayudando a lograr un comportamiento calmado ....."


Ante estas palabras yo sólo pude pensar: Dios mío, ¡No lo ven! Lo tienen delante de los ojos y no lo ven. Se han perdido en su propia sabiduría llena de tecnicismos y teorías y ya no ven la realidad que tienen delante de las narices. Resulta que cuando chuparse el dedo se convierte en un comportamiento "saludable" que hará que el niño tenga un sueño "normal", ¡ Se preguntan por qué! ¡Se preguntan por qué funciona! Y mientras elucidan las razones de ese enorme misterio nos siguen recomendando que no durmamos a nuestros hijos a la teta. 

Por lo que parece, el mundo empezó hace 200 años, y  los niños siempre y en todas partes han dormido en solitario;  la naturaleza no tenía diseñado nada que ayudara a nuestros niños a dormir; mamar no es un acto que les relaja y la leche materna no es un alimento que propicia el sueño, especialmente por la noche. Tampoco existe una necesidad en nuestros bebés de estar en contacto continuo con el cuerpo de su madre porque no son mamíferos, no son primates, sino que sólo son humanos que aparecieron por generación espontánea hace 200 años y desde siempre han dormido en cunas, separados de su madre y sin molestarse en despertarse ni en despertar a su madre para mamar durante la noche partir de los 13 semanas. Por lo tanto es incomprensible, un fenómeno curiosísimo que requiere ser profundamente investigado, que chupándose el dedo nuestros bebés consigan dormir en solitario. 

Me dan ganas de llorar.

Y así - por este camino, de esta manera, y hasta el día de hoy - ha quedado firmemente establecido que,  como muy tarde a los 6 meses, el niño debe desarrollar la capacidad de dormirse sólo, tanto al inicio de la noche como en los posibles despertares nocturnos, que se consideran normales siempre y cuando el bebé/niño no necesite la intervención del cuidador para volverse a dormir. Y de ahí nace el consejo de que el bebé nunca se duerma al pecho porque es imprescindible que aprenda a encontrar consuelo en actividades (chupar) u objetos (su dedo o un trocito de sábana) que lo independicen de la presencia de sus padres. Incluso estas se clasifican oficialmente como "asociaciones positivas", mientras que las asociaciones que conllevan la participación de los padres se consideran "asociaciones negativas"(Ferber, 1985; Murray & Ramchandani, 2007; Karraker K, 2008; Tikotzky & Sadeh, 2009; Sadeh et al, 2009; Henderson  et al 2010; Mindell et al, 2010; Meltzer, 2010; Henderson et al 2011; Weinraub et al, 2012

Ahora ya sabéis el origen de este consejo. Por suerte, allá por los años 70 un gran investigador se convirtió en padre y, ante su propia experiencia a la hora de dormir a su hijo, la evidencia de la absurdidad de las normas sobre el sueño infantil de su cultura le hizo abandonar sus estudios en simios y centrarse en el de la evolución del comportamiento humano, convirtiéndose así en un experto reconocido mundialmente por sus investigaciones sobre colecho. Muchos ya sabréis de quién hablo: el profesor de antropología James McKenna, cuyo trabajo, con más de 140 publicaciones (revisadas, esto es, en revistas científicas) ha removido todos los cimientos de la pediatría del sueño infantil. 

Lo que McKenna y otros investigadores están poniendo en evidencia en la actualidad es algo tan simple como el hecho de que por nuestra naturaleza mamífera y primate nuestros bebés están diseñados para estar en contacto continuo con el cuerpo de su madre, por lo que el habitat de un bebé para dormir saludablemente no es en la cuna y en solitario, sino en estrecho contacto con su madre y con acceso no restringido a su pecho. Que los reclamos de nuestras criaturas al ser obligadas a dormir fuera de este hábitat no son síntoma de una enfermedad, sino un instinto primal, y como tal debe considerarse antes de iniciar cualquier acción dirigida a adaptar el comportamiento del bebé a los determinantes culturales. No estamos curando a nuestros hijos de nada sino que le estamos forzando a que acepte unas condiciones de sueño establecidas culturalmente y que no le suponen ningún beneficio más allá del meramente social (desde luego ningún beneficio fisiológico, más bien todo lo contrario). 

Por eso no podemos dormir a nuestros bebés al pecho: porque esto imposibilita que le forcemos a aceptar dormir en solitario sin llorar. Ni más ni menos. 

Hasta aquí os he explicado la razón fundamental de por qué no podemos dormir a nuestros hijos al pecho. Yo terminaría aquí el post pero el otro día, en un post de Bebés y Más en el que Armando también analizaba este desafortunado "consejo", una madre resaltó otra razón de peso que ha aparecido más recientemente: el fantasma de las caries

¿Existe relación entre la aparición de caries y dormir el niño al pecho? 

Este es un tema por sí mismo para otro artículo y requiere una profunda revisión bibliográfica en la que no me pienso meter. Gemma, colaboradora en El Debate Científico sobre la realidad del Sueño Infantil y autora del blog Como Una Manada, escribió un interesante post sobre el tema recopilando una serie de artículos científicos con los que pudo ilustrar que esta relación entre lactancia materna y caries no está en absoluto demostrada. Pero si os interesa profundizar de verdad en este tema nada como recurrir a los talleres informativos impartidos por Louma Sader Bujana autora de Amor Maternal y odontóloga especializada en niños. Existe mucho desconocimiento de este tema y los padres andamos bastante perdidos. La prueba de ello es que todos conocemos casos de caries en niños amamantados que en principio tienen buenos hábitos de higiene bucal. El propio Armando lo comenta al contestar el comentario de esta mamá. Al preguntar a Louma sobre esta realidad me ha comentado que es un tema muy complejo, difícil de resumir y que requiere tiempo para aprender y profundizar ya que una información demasiado resumida o parcial corre el riesgo de provocar errores importantes. 

Creo que en este aspecto pasa un poco como con la polémica sobre el colecho y muerte súbita del lactante: las investigaciones que parecen demostrar una relación positiva entre ambos ya parten desde un punto de partida erróneo, que no es otro que considerar que el comportamiento fisiológico normal es por sí mismo peligroso. Es evidente que hay pocas (o más bien ninguna) posibilidades de que esto sea así y lo importante es encontrar los factores realmente responsables de que estas patologías se produzcan asociados a unos comportamientos absolutamente naturales y fisiológicos. En el caso de la muerte súbita pueden ser las condiciones del sueño adulto en nuestra cultura, y en el de las caries el consumo de un cierto tipo de alimentos o la presencia de determinadas bacterias, a parte de la ausencia de una higiene correcta.

El caso es que es tan ridículo acusar al colecho de la muerte súbita o a la lactancia materna de producir caries como a la capacidad de caminar de rompernos un tobillo. 

Y para terminar, ya que he sacado el tema del colecho, un factor íntimamente ligado a la lactancia materna y a dormir al niño al pecho, y en la misma linea que mi recomendación de los talleres de Louma, os recomiendo también 3 conferencias que impartirán tres grandes profesionales del sueño infantil: James McKenna, Kathleen Kendall-Tackett, y Wendy Middlemiss, hablando precisamente de la manera de practicar colecho con seguridad. Es probable que esta iniciativa haya nacido como respuesta al polémico ultimo artículo de Carpenter, ya comentado en este blog, pero en cualquier caso seguro que vale la pena. Yo ya me he apuntado.   

En resumen, el consejo de nunca dormir a nuestro hijo a la teta va en contra de un comportamiento absolutamente fisiológico y saludable, diseñado por la madre naturaleza durante miles de años de evolución. Por lo tanto, antes de convertirlo en una norma de obligado cumplimiento como hacen actualmente algunos de nuestros profesionales del mundo del sueño infantil, deberían tener unas muy buenas y demostradas razones que a día de hoy, evidentemente, no tienen. 

Y os dejo ya porque mi pequeño, de cuatro años, acaba de dormirse a mi teta mientras escribía este post. Voy a acostarlo en nuestra cama familiar; pero tranquilos, a estas alturas prácticamente ya no me despierta ninguna noche y tiene, bajo todos los parámetros de la literatura del sueño infantil, un sueño saludablemente consolidado. 


Felices y acompañados sueño para todos