viernes, 28 de febrero de 2014

MIRANDO(NOS), ESCUCHANDO(NOS), SINTIENDO(NOS).........SIMPLEMENTE.

Es impresionante.

De verdad, es realmente impresionante.

No sé si nunca os habéis parado a analizar hasta que punto es impresionante el volumen de literatura para padres que existe en el mundo. Desde como engendrarlos hasta como gestarlos, parirlos, dormirlos, alimentarlos, disciplinarlos, educarlos, entretenerlos......... parece que necesitamos leer al menos unos 50 libros para criar decentemente a nuestros hijos. 

Yo, que soy muy de ciencias mal que me pese, me puse a ello con el entusiasmo de una predoctoral preparando su gran tesis. En serio. Creía que en los libros iba a encontrar el camino para ser la madre perfecta. 

¡Ay! Pero el asunto resultó ser mucho más complicado de lo que yo había imaginado. Unos te decían que nada de jamón en el embarazo y otros que comieras sin miedo. Unos que parieras en el hospital y otros en casa. Unos que teta solo y otros que el biberón es igual. Unos que a dormir a su cuarto y otros que a colechar. Unos que una papilla de cinco cereales más calabacín y patata a los 6 meses (ni un día antes ni otro después) o a los cuatro (ni otro día antes ni otro después) y otros que lo que quisiera, cuando quisiera y como quisiera. Unos que una bofetada no importa y es necesaria y otros que es maltrato. Unos que la letra con sangre entra y otros que aprender debe ser un placer. 

De locos. 

Así que al principio, con mi primer hijo, fui un poco a salto de mata, por así decirlo. No comía (casi) jamón durante el embarazo (solo el de Jabugo comprado en la carnicería de unas amigas de la infancia, porque hay jamones y jamones y ese es irresistible). Parí en el hospital, pero con la orden de que me intervinieran lo menos posible. Así acabé con el set-premium "primeriza con suerte", o sea, no termine en una cesárea pero no me libré de la oxitocina artificial. Me dejaron desgarrame solita, eso sí, porque tampoco quería episiotomía. 

El pecho lo di a demanda, pero no antes de dos horas e intentando alargar las tomas por la noche, tal y como me aconsejó la enfermera de turno. Y quizá fue eso, más que ninguna otra cosa, lo que empezó a desmoronarme el montaje de maternidad ejercida desde la madre perfecta que vive en la perfecta sociedad que lo sabe todo sobre la crianza de los hijos. Eso y la manía de colocar al bebé en cualquier artefacto que no fuera ni remotamente parecido a los brazos de su madre. Porque se malacotumbra, como todos bien sabemos. 

Mi bebé lloraba, mi cuerpo se quejaba, mi estrategia no funcionaba. Algo iba fundamentalmente mal.

Así que decidí ir más allá de la literatura "popular" y empecé a rebuscar en la literatura científica. Ingenua de mí que, acostumbrada al sencillo mundo de la biología cardiovascular, estaba convencida de que la parte de la literatura popular que se basara en la literatura científica era la que tendría la respuesta verdadera sobre como ser la madre perfecta para criar perfectamente a mis hijos. 

Pero tampoco.

Si algo hay realmente difícil de encontrar en la literatura científica son verdades absolutas. Todo son hipótesis y teorías, experimentos concretos con resultados solo aplicables a sus reducidas condiciones y conclusiones solo deducibles de unos resultados obtenidos en unas condiciones tan concretas que no sirven absolutamente para nada más que para ser publicadas en una revista científica. Desde luego no sirven para decirle a nadie como criar a su hijo, aunque enseguida me di cuenta de que algunos autores de la literatura popular izaban la bandera de la ciencia con tanta convicción que hasta se habían convertido en los bestsellers más vendidos en su especialidad, convenciendo a millones de padres para aplicar unas supuestas técnicas supuestamente respaldadas por la ciencia. Una ciencia que no respaldaba absolutamente nada. 

Y también vi algo que no había visto antes, o tal vez nunca me había fijado porque en el mundo de la biología cardiovascular sus implicaciones no eran en absoluto las que tenían ahora, en el mundo de la crianza. Vi una absoluta invasión de la ciencia por la cultura. Fui consciente por primera vez de hasta que punto el científico investiga desde su cultura y de las tremendas repercusiones que eso tenia en el diseño de sus experimentos, la interpretación de sus resultados y el desarrollo de sus conclusiones. En el tema en concreto de la crianza el resultado es devastador. 

Mi primera incursión en la literatura científica relacionada con la crianza de mis hijos fue la lactancia y sus últimas publicaciones. Había bastante consenso y el tema estaba bastante bien definido. Lo que me escandalizó fue la (tremenda) distancia entre lo que publicaban los investigadores en los últimos años y lo que recomendaba el personal sanitario. 

Me senti perdida. Me entró pánico. Perdí la seguridad que ofrece la posibilidad de tener una figura de autoridad en la que confiar ciegamente. ¿Como confiar en unos profesionales que ni siquiera eran capaces de darme soluciones científicamente demostradas a la hora de ayudarme a superar mis problemas de lactancia? Si en un tema que había profundizado encontraba semejante situación ¿Que sería de los demás? ¿Y cuando empezara la alimentación complementaria? ¿Y el sueño? ¿Y la educación? ¿Iba a tener que profundizar en cada uno de los temas implicados en la crianza de mis hijos hasta quemarme las pestañas estudiando y leyendo como para escribir diez tesis doctorales y hacer la carrera de psicología, pedagogía, antropología y pediatría juntas?

Y entonces ya solo quedó una solución antes del colapso definitivo: 

Miré a mi bebé. Sentí a mi bebé. Escuché a mi bebé.

Y entonces me di cuenta de que también era necesario aprender a escucharme y a sentirme a mí misma.

Y ahora sí. Ahí precisamente estaban todas las respuestas. 

Mi bebé quería estar conmigo, sentirme en contacto con él, mamar de mi pecho siempre que quisiera y dormirse en contacto conmigo. Simplemente.

Mi cuerpo quería estar con él, sentir su contacto, darle de mamar a demanda y permanecer a su lado durante el sueño. También muy simple. 

Todo lo demás eran complicaciones absolutamente innecesarias. Las teorías conductistas, feministas, humanistas y todo el resto de "istas" e "istos" varios sobraban. Las ciencias y los científicos podían seguir divagando todo lo que les diera la gana, que yo ya había encontrado el filtro que necesitaba para aprovechar la guía que podían ofrecerme.

Era una cuestión de alineación. A partir de ese momento seguí leyendo y estudiando pero buscando y seleccionando esa información que entraba en concordancia - o sea, que se alineaba - con mi deseo interno. Con lo que, tras la lectura de Casilda Rodrigañez,  identifico como Deseo Maternal. Lo que desentona con mi deseo no lo aplico, diga quién lo diga y tenga las evidencias que tenga.

Por eso, hoy en día, escuchar al doctor Estivill diciendo a un padre que deje a su hijo llorando en su habitación mientras le dice que le quiere mucho y que le está enseñando a dormir, o a Supernnany dando instrucciones de uso de los niños como si fueran un electrodoméstico más, ya no me engaña y me revuelven las entrañas. Sus técnicas se basan en un puñado de teorías desarrolladas en un momento concreto de una cultura concreta por cuatro científicos cuyas bases teóricas han sido superadas hace décadas y que ignoraban absolutamente toda la información científica que actualmente disponemos y que es absolutamente imprescindible para valorar el alcance de sus "tratamientos". Científicos que pertenecían, además, a una sociedad patriarcal, machista, en uno de sus momentos más misógenos (entendido como rechazo a lo femenino) y adultrocéntrica hasta el extremo, absolutamente desconectada de sus necesidades primales y terriblemente limitada por su reduccionismo. Sé que sus evidencias son parciales, que sus bases son culturales pero, sobretodo, sé que sus consejos van en contra de mi deseo y el de mi hijo. Y con esto último ya me basta.

Me resulta escandaloso que a estas alturas haya todavía profesionales aconsejando a las madres en nombre de la ciencia que se separen de sus bebés, que no les tengan en brazos, que les acostumbren a un horario, que les enseñen a dormir en solitario,que les den biberón para "liberarse" de la esclavitud de la teta o para que el padre participe. Todos comportamientos absolutamente opuestos a nuestro deseo primal y al de nuestros hijos pero supuestamente validados por la ciencia. Pero no. La ciencia, señores, de momento es absolutamente incapaz de decir nada categórico sobre estos asuntos, así que en su nombre lo único que pueden hacer es cerrar la boca. 

Por eso, señores y señoras de ciencia, cuando vean a una madre sufriendo mientras su hijo llora en la oscuridad de su cuarto solitario tengan un mínimo de decencia y humildad y no la manipulen con mentiras para conseguir que desoiga su sabiduría y neutralice su deseo mediante la fe ciega en una ciencia que supuestamente ustedes representan pero que, en realidad, no existe. Sean humanos y liberen a esa mujer de su mentiras. Sean honestos y bajen la cabeza con humildad ante la sabiduría del deseo maternal. 

Asumo que todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, ya que somos los que más los amamos. También sé que todos enfrentamos su crianza desde nuestras propias heridas y, a pesar de todo, nos esforzamos en hacerlo lo mejor posible. Por eso me duele tanto que existan estos profesionales que, lejos de ayudarnos, todavía nos hunden más en la miseria de nuestras carencias en nombre de esa supuesta ciencia que en realidad no dice nada ni concreto ni aplicable.  

Así que, queridos madres y padres primerizos, antes de pasaros por la librería a llenar vuestra mesilla de noche con los libros de Estivill o Jové, Gonzalez o Supernany, Ford o Sunderland. Antes de empezar a devorar blogs en internet y a comprar revistas de crianza en el kiosko más cercano, simplemente frenad, parad un momento y centraros en observar lo que quiere vuestro recién nacido. Lo que os está pidiendo. Ahora, en este momento, su deseo es único: quiere estar con su madre. Así de sencillo. Permitídselo y empezad a fluir en vuestro deseo. Hacerlo y empezar a disfrutar del placer de la maternidad es todo uno

Esa es la sabiduría de miles de años de evolución. Esa es la sabiduría de la vida. No la despreciéis en nombre de cuatro textos escritos en los últimos 20 años de historia.

Os lo digo por experiencia.